Imaginá aterrizar en Auckland y que lo primero que veas sean torres modernas mezcladas con el verde suave de la costa. Desde ahí, te elevás en helicóptero hacia un lodge espectacular en las riberas del río Waikato, en Taupo, donde el sonido del agua y el canto de los pájaros se vuelven parte de tu rutina. En este refugio te esperan naturales piscinas térmicas, senderos poco transitados, la posibilidad de hacer kayak para alcanzar antiguos grabados maoríes sobre rocas sumergidas, y excursiones volando sobre volcanes dormidos. Es todo un despertar: tenés naturaleza cruda, magia geotérmica, viento sobre la piel.
Después, la aventura te lleva hacia Hawke’s Bay, la región vitivinícola más famosa de la Isla Norte. Te instalás en Rosewood Cape Kidnappers, en medio de una finca que termina abruptamente en acantilados frente al Pacífico. Podés pedalear entre viñedos, visitar bodegas boutique donde te cuentan historias de uvas y terroir, encontrarte con artistas locales, caminar por pueblos cercanos y deleitarte con cenas que combinan mar y campo en un solo plato.
El viaje no se detiene allí. Cuando ya creés que lo viviste todo en la Isla Norte, aparece Queenstown: la capital de la aventura. Montañas que se yerguen como guardianes, lagos de agua transparente que reflejan el cielo, y opciones sin límites: jet boating, pesca en ríos cristalinos, vuelos panorámicos, paseos en glaciares con copa de champagne sobre el hielo. Y para dormir, lodges alpinos que combinan calidez con panoramas irrepetibles.
Cuando ya tu adrenalina pide tregua, elegís dirigirte al paraíso absoluto: Fiji. Desde Queenstown volás hacia Auckland y conectás hacia Nadi, y de ahí en hidroavión sobre el Pacífico hasta tu santuario tropical: Kokomo Private Island. Acá el reloj se ralentiza: playas perfectas, aguas cálidas, arrecifes vivos, snorkel que deslumbra. Caminás bajo palmeras, te hundís en spas frente al mar, te dejás mecer por olas suaves. Es una pausa sublime entre tanta intensidad.
Durante esas noches junto al océano, podés cenar con arena bajo los pies, elegir qué día explorar islas vecinas o quedarte simplemente bañándote al atardecer. Y cuando crave el momento de volver, te llevás contigo esa dualidad: descubrimiento interior y descanso extremo, aventura y sosiego, paisaje y silencio.